Descendieron desde la blanca bruma
encarnadas en inmaculadas musas;
casi transparentes, casi angelicales,
cubiertas de magia en sus sedosas túnicas.
Danzaron al ritmo de mi propia euforia
blandiendo poderes que hurgaron mi mente,
se adueñaron de ella y con sutil encanto
la alzaron en vuelo delicadamente.
Así cautivado por aquel hechizo,
entregué en sus manos toda mi razón,
y llegó la luz para iniciar la obra
que se negaba a otorgar mi corazón.
Fue sencillo el viaje y en suave danzar
forjaron la idea hasta su conclusión;
después se elevaron, como entre algodones,
llevando las penas de mi sinrazón.
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