Contra las rocas de aquel acantilado
se había clavado la proa de aquel desolado barco.
Seguramente la furia de Poseidón lo había sacado de su curso
y yacía allí incrustado entre la arena y la piedra.
Ignoraba cuánto tiempo atrás había sido la tragedia,
aunque por lo oxidado de su casco
seguramente serían muchos años.
Años de golpear y golpear, sobre su enmohecida estructura,
infinitas olas que producían una espuma blanca en su derredor.
La tarde era gris y ventosa,
y la bruma avanzaba hacia la costa
humedeciéndolo todo.
Tenebroso y dramático era el paisaje
que me estrujaba el corazón al contemplarlo.
Tristeza profunda, y a la vez misteriosa,
que aunque parecía invitar a retirarse de aquel sitio,
prevalecía una fuerza poderosa que me retenía
-tan fuerte como las rocas lo hacían con el corroído navío-
intentando que la melancolía de esa visión
prolongara mi angustia... aún, un poco más.
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Jorge Horacio Richino
Todos los derechos reservados.
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Poema publicado en todos sus sitios y otras
ediciones del autor.
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